Señor Ruega por Nosotros

jueves, 16 de junio de 2011

Historia del Santo Rosario

 
 
El "Salterio de la Virgen María", como antiguamente se le llamaba, era la "herramienta" que utilizaban las personas sencillas que no sabían leer o que no tenían libros, para reemplazar el rezo del Salterio, es decir, los 150 Salmos de la Biblia que los religiosos tenían que rezar cada semana. Quienes no podían rezar los 150 Salmos de la Biblia, los reemplazaban por otras 150 oraciones, como por ejemplo: Padrenuestros, Credos, Ave María, etc.
Para poder llevar de una mejor manera la cuenta de las oraciones que se rezaban, hacían nudos en una cuerda o ensartaban en ella pequeñas pepitas y allí iban contando. En tumbas muy antiguas se han encontrado estas cuentas o sartas de piedrecitas. Muchos enfermos murieron rezando, y en sus manos dejaron sus familiares aquello con lo cual iban contando las oraciones que enviaban al
cielo.
 
El Rosario se compone de 59 pepitas o cuentas repartidas de la siguiente manera:
 
 
Cinco cuentas al principio, desde el crucifijo hasta donde empiezan las decenas, quizás en honor de las llagas de Cristo o de los cinco misterios que se van a meditar.
Cinco grupos de 10 cuentas, cada una para contar las 10 Avemarías de cada misterio; y entre una decena y otra, una cuenta para rezar el Padrenuestro que va al principio de cada Misterio.

La devoción del Rosario tiene ya ochocientos años de vida en la Iglesia. Un papel importante en su origen se atribuye a
Santo Domingo de Guzmán († 1221) quien recomendaba mucho a las personas que repitieran frecuentemente a la Santísima Virgen el "Ave María", pensando en los Misterios de la Vida, Pasión y Resurrección de Nuestro Señor. Él y otros padres dominicos, dedicaron su vida a propagar entre las gentes la costumbre de rezarle a la Santísima Virgen lo que antes se llamaba "Salterio de la Santísima Virgen", y que desde entonces empezó a llamarse "Rosario de Nuestra Señora".
La tradición cuenta que en el año 1208, María, la Madre de Dios, enseñó personalmente a
Santo
 Domingo, a través de una visión, cómo rezar el Rosario y le dijo que propagara esta devoción a todas las naciones y la utilizara como arma poderosa en contra de los enemigos de la Fe.
En los tiempos del Padre Domingo de Guzmán se vivía un importante conflicto de orden religioso: los protagonistas eran un grupo herético llamado "albigenses" (originarios de Albi, al sur de Francia); pretendían difundir una doctrina que afirmaba que existían dos dioses: uno del bien y otro del mal. El Dios bueno fue quien creó todo lo espiritual, mientras que el dios malo fue quien creó todo lo material. En consecuencia, para los albigenses todo lo material era malo, incluyendo el cuerpo. Esto significaba que Jesús, al hacerse hombre y tener un cuerpo, no podía ser bueno y por consiguiente no podía ser Dios. Además, los albigenses también negaban los sacramentos y la verdad de que María es la Madre de Dios; se rehusaban a reconocer al Papa y establecieron sus propias normas y creencias.
 
En esos tiempos (siglo XII), los problemas trataban de solucionarse por medio de la guerra, pues se pretendía obligar a todos a pensar de determinada manera, los cristianos para defender su fe, participaban en ella, eran las batallas conocidas como "cruzadas".
Santo Domingo evitó asociarse a la cruzada contra los albigenses, prefiriendo la acción pacífica a los horrores de la guerra, por lo que se dio a la tarea de ir a Francia para convertir a los que se habían apartado de la Iglesia por la herejía albigense. Trabajó por años en medio de estas personas y por medio de sus predicaciones, oraciones y sacrificios, logró convertir a unos pocos; pero muy a menudo estas personas se retractaban debido al temor de ser ridiculizados, a pasar trabajos forzados o recibir algún tipo de represalia. Domingo dio inicio también a una orden religiosa para las mujeres jóvenes convertidas en un convento que se encontraba en Prouille, junto a una capilla dedicada a la Santísima Virgen.
 
Santo Domingo contaba que veía a la Virgen sosteniendo en su mano un rosario y que le enseñó a recitarlo; dijo que lo predicara por todo el mundo, prometiéndole que muchos pecadores se convertirían y obtendrían abundantes gracias. El Santo se levantó muy consolado y abrazado de celo por el bien de estos pueblos, entró en la Catedral y en ese momento sonaron las campanas (por intervención de los ángeles) para reunir a los habitantes.
Al principio de la predicación se levantó una espantosa tormenta, la tierra tembló, el sol se nubló y los repetidos truenos y relámpagos hicieron estremecer y palidecer a los oyentes.
 
La tormenta cesó al fin por las oraciones de Santo Domingo. Continúo su discurso y explicó con tanto fervor y entusiasmo la excelencia del Santo Rosario, que los moradores le abrazaron casi todos, renunciando a sus errores, viéndose en poco tiempo, un gran cambio en la vida y costumbres de la ciudad.
 

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