Son los héroes de cada día. Héroes de la Fe y del Amor. La santidad cristiana no es una perfección levantada sobre virtudes abstractas. Entre el filósofo cristiano, que ordena su vida según una ética rigurosa, y el santo, hay una diferencia sustancial. El primero sirve a una idea, el segundo imita a una persona. El santo es la reproducción de Cristo.
Pero los santos, como limitados, no pueden agotar el modelo que pretenden reproducir. Ya es mucho que nos den alguna faceta del mismo, algún rasgo saliente que nos recuerde a Cristo. No hay dos santos iguales como no hay dos hombres iguales. Lo que se hereda con la sangre y se adquiere con la educación no es lo mismo en cada hombre y en cada mujer. Sobre esta materia humana trabaja el Espíritu de Jesús, para que la fisonomía de cada santo y de cada santa conserve sus trazos característicos e inconfundibles, sin que resulte la reproducción en serie del mismo cliché. Los santos difieren sorprendentemente unos de otros, aunque todos conserven un aire de familia, que les viene de su parecido común con Jesús.
Los santos no fueron estatuas. Vivieron, se movieron, conversaron y también, a veces, pecaron. Ante sus contemporáneos no siempre tuvieron aquella aureola que se les colocó el día de su canonización. Sus vidas pueden ejercer una saludable influencia sobre nosotros, estimulándonos a la santidad precisamente por el sistema pedagógico más eficaz: el ejemplo. Debemos conocerlos y amarlos para que nos enseñen y ayuden en el camino del seguimiento cristiano.
Pero los santos, como limitados, no pueden agotar el modelo que pretenden reproducir. Ya es mucho que nos den alguna faceta del mismo, algún rasgo saliente que nos recuerde a Cristo. No hay dos santos iguales como no hay dos hombres iguales. Lo que se hereda con la sangre y se adquiere con la educación no es lo mismo en cada hombre y en cada mujer. Sobre esta materia humana trabaja el Espíritu de Jesús, para que la fisonomía de cada santo y de cada santa conserve sus trazos característicos e inconfundibles, sin que resulte la reproducción en serie del mismo cliché. Los santos difieren sorprendentemente unos de otros, aunque todos conserven un aire de familia, que les viene de su parecido común con Jesús.
Los santos no fueron estatuas. Vivieron, se movieron, conversaron y también, a veces, pecaron. Ante sus contemporáneos no siempre tuvieron aquella aureola que se les colocó el día de su canonización. Sus vidas pueden ejercer una saludable influencia sobre nosotros, estimulándonos a la santidad precisamente por el sistema pedagógico más eficaz: el ejemplo. Debemos conocerlos y amarlos para que nos enseñen y ayuden en el camino del seguimiento cristiano.
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